viernes, 28 de agosto de 2009

Sin cobertura

Con la vela echada, el patio parece más íntimo que cuando la lluvia nos lo cierra a cal y canto. Como no he dejado de estar conectado, el patio se yergue en una torre desde la que se contempla el océano. Y se divisan los barcos que pasan con sus tostados turistas, y el color de cada nube y sus sombras en las aguas, y el oleaje, y las montañas y los ríos entre ellas: casi te distinguiría a ti, si no estuvieses sin cobertura.
Ayer no. Ayer tus alumnos me impusieron la visita al Museo. Así que salimos a la calle a media mañana, cuando ya la luz mostraba por los jardines todo su señorío.
Hicimos parte del recorrido a pie y nos encontramos por el camino con la antigua Fábrica de Tabacos. Les dije que tú habías estudiado allí. No sé si te extrañará, pero se interesaron por el origen del edificio y quisieron verlo.
Estaba abierto, pero casi vacío.
La verdad es que se impresionaron más de lo que yo pensaba:
los patios interiores luminosos,
los pequeños y recogidos;
las escaleras;
las galerías, los ventanales;
las estatuas de modelo antiguo;
Les enseñé tu antigua clase.
Supongo que sí te extrañará, pero entraron y salieron en silencio, como si fuera algo solemne. No les dije nada, pero me divirtió, y sé que a ti también.
El patio favorito fue el del Laboratorio de Arte, donde tanto te vi estudiar. Dejamos el edificio y se olvidaron. Iban bromeando y queriendo verlo todo. Yo iba delante con el mayor de ellos explicándole lo que había habido en cada sitio antes de que nosotros pasáramos. Mucho antes, quiero decir. Aquí tuvo su cauce un río y una puerta la muralla. Aquí estuvieron los primeros edificios de la Universidad. Aquí tuvo su escuela Murillo, aquí hubo un monasterio, aquí un palacio. Aquí otro monasterio: el Museo.
No quise hacer el recorrido con ellos. Les di algunas indicaciones, los folletos, y me quedé esperando por los patios. El calor iba apretando, pero se estaba a gusto, como acompañado. Fueron bajando en tres grupos. En la puerta del Museo empezaron a hacer planes para la comida.
El que me había acompañado me enseñó en su folleto uno de los cuadros del Museo.
Se había dado cuenta de que se trataba del mismo edificio. “¡Cuánta gente tan distinta en un mismo sitio¡” —dijo simplemente— “Esto debe ser la historia, ¿no?” —añadió. Me acordé de ti, y no dejé de corregirle. En castellano debía decir “esto debe de ser la historia”. Le dije que ellos también habían pasado por el edificio, eran parte de la historia. Se rió: “¿Y quién va a pintarnos a nosotros?” Eso no lo sabe este profesor —contesté. Me despedí de ellos. Al entrar en casa busqué el libro Son los ríos (Inmaculada Moreno, Sevilla: Renacimiento, 1998) y localicé el poema que ya te envié en otro correo (p. 19): ANTIGUA FÁBRICA DE TABACOS (SEVILLA)
De la misma manera
que el imán de la ola en retroceso
sobre los pies mojados en la orilla,
ese mareo blando que te arrastra...
así,
pasear por aquellos corredores,
sorprender mis resquicios y mis luces
tomados por extraños,
y resistir de pie
la resaca del tiempo y sus ardides.
Definitivamente no envidio tus vacaciones “sin cobertura”. Para cuando abras este correo, ya ellos habrán llegado y te habrán contado sus impresiones. Todo empezará de nuevo con el nuevo curso. Escríbeme en cuanto puedas, y dime qué has hecho todo un mes sin cobertura.

domingo, 12 de julio de 2009

No quieras leer tanto

Lucilio, no quieras leer tanto, y con el único motivo de que algo se te venga a las manos. Lo que te ocurre es lógico, sobre todo en la época que nos ha tocado vivir. La edición por máquinas cibernéticas; el soporte de carácter digital; y la difusión telemática por la red mundial de computadoras, son los tres fenómenos extraordinarios que están cambiando día a día la cultura.

Se repiten los tiempos en los que se difundió la imprenta. Llamativamente, a finales del siglo xv y principios del xvi, hubo personas que seguían considerando preferible la transmisión manuscrita. Había sido la forma de transmitir la cultura durante siglos. La tarea del escriba había sido considerada una labor casi divina —paralela a la consideración de los iconos en oriente—: un trabajo auténticamente artístico, sedimentado sobre horas de contemplación y estudio en la quietud de los claustros monacales.

Más aún, ocurrió que por la prisa en difundir textos impresos —y por el negocio que suponía— se divulgaron muchas veces las versiones deteriores. Y destronar algunas de estas versiones vulgatae supuso luego un esfuerzo de crítica filológica que ha llegado hasta nuestros días.

Hoy casi cualquier particular puede editar un libro. Y basta insertar una palabra en ese tráfago de información mundial para que tengas a tu alcance en dos segundos miles de páginas más atractivas que muchos de los libros mejor editados.

No, no digo que la imprenta fuera perjudicial, ni que fuera preferible la transmisión manuscrita. Lo que quiero decirte es que debes seleccionar. Debes hacerlo si quieres de verdad formarte. Lo que necesitas no es tiempo para leerlo todo, ni sitio para tenerlo todo —típicos anhelos, ambos, de la juventud que gozas—. Lo que necesitas es un maestro. No es tan necesario que lo busques como que te preocupes por hacerte merecedor de él.

¿Y escribir? No escribas nada —me atrevería a decirte— hasta que tengas treinta años más. Sócrates fue un maestro sin escribir nada. Pero no, esto es una exageración. Sobre todo, escríbeme cuanto quieras.